Siempre me ha fascinado cómo los detalles, aunque pequeños en apariencia, pueden transformar por completo la percepción de una casa. Me ocurrió hace unos años, cuando vi por primera vez unos recercados ventana piedra en Pontevedra que parecían haber salido de un libro de arquitectura clásica. Aquella vivienda, sin ser especialmente grande ni ostentosa, tenía algo que la hacía destacar. Su fachada transmitía carácter, arraigo, belleza. Me quedé tan prendado de aquel efecto que decidí llevarlo a mi propia casa.
El trabajo de la piedra gallega tiene algo profundamente honesto. No hay artificio, no hay prisa. Cada pieza se talla con precisión, se encaja con criterio, se termina con mimo. Es un lenguaje que no necesita traducción: habla de tradición, de solidez, de respeto por lo bien hecho. Y cuando ese trabajo se aplica en las ventanas, el resultado es casi mágico. El vano se enmarca como un cuadro, adquiere profundidad, gana presencia. Se convierte en una declaración de estilo que, sin decir palabra, afirma que ahí vive alguien que cuida los detalles.
Lo que más me sorprendió al embarcarme en este proyecto fue la variedad de acabados posibles. Pensaba que la cantería era rígida, formal, algo que solo combinaba con casas antiguas. Nada más lejos de la realidad. Hoy puedes encontrar desde recercados de corte rústico, con aristas vivas y textura natural, hasta piezas perfectamente pulidas que encajan en diseños más contemporáneos. La piedra se adapta, evoluciona, respeta la historia pero no se ancla en el pasado.
Ver trabajar a los canteros es otra experiencia. No solo manejan la materia, la escuchan. Saben dónde golpear, cómo pulir, cuándo dejar de tocar. Es una danza entre manos y herramienta, entre conocimiento y paciencia. Y cuando el recercado queda instalado, cuando enmarcan la ventana con esa precisión que parece de otro tiempo, uno entiende que no se trata solo de decorar: se trata de dotar al hogar de alma.
Esa alma se nota al pasar por la calle y detener la vista en las ventanas. Se nota cuando la luz de la tarde acaricia la piedra y proyecta sombras que cambian a cada hora. Se nota cuando llega una visita y levanta las cejas con ese gesto involuntario que dice: “aquí hay algo especial”. Y, sobre todo, se nota en el orgullo de ver tu casa reflejada en el espejo del tiempo, sabiendo que ese detalle no solo embellece, sino que perdura.