He escuchado hablar tantas veces de la ruta traslatio en Vilagarcía de Arousa que, cuando finalmente me animé a vivirla, sentí que estaba a punto de embarcarme en una aventura muy distinta a cualquier otra que haya conocido. El solo hecho de saber que esta ruta mezcla un componente histórico y espiritual en una misma travesía ya hace que uno se prepare con ilusión, casi como si se dispusiera a retroceder en el tiempo y descubrir secretos ancestrales que flotan en el aire y en las aguas de la ría. Poco después de embarcar, me di cuenta de que no era simplemente un viaje en barco, sino un recorrido que apela a la emoción y a la contemplación profunda de lo que nos rodea.
Lo que hace tan especial la ruta traslatio en Vilagarcía de Arousa no es únicamente la panorámica que se disfruta desde la cubierta, sino la historia que la respalda y la forma en que cada quien la interpreta. Estaba en el muelle, contemplando cómo subían otras personas, algunas con mochilas enormes y otras con rostros expectantes, e imaginaba que cada una de ellas tenía un motivo diferente para emprender este trayecto. Algunos quizá buscaban la huella jacobea que se dice originaria de esta ruta marítima, mientras otros pretendían gozar de una experiencia más centrada en la naturaleza, dejándose acariciar por la brisa atlántica y el reflejo del sol en la superficie del agua. Y no faltan los curiosos que, sin ninguna razón aparente, deciden sumarse al plan para ver si encuentran algo nuevo de sí mismos en cada ola que rompe contra la quilla de la embarcación.
Durante la navegación, me sorprendió la mezcla de sensaciones que se apoderan de uno. El vaivén del mar te hace sentir que el mundo entero se balancea a un ritmo pausado, y a veces basta con alzar la vista para descubrir las islas y los islotes que salpican la ría, como pequeñas joyas que resaltan sobre el intenso azul del océano. Cada puerto que se atisba a lo lejos despierta la curiosidad, porque uno se pregunta qué historias encierra, qué pescadores han partido de allí y qué tradiciones siguen vivas tras los muros de piedra o las casitas de colores que asoman en la orilla. En mi caso, me quedé embelesado con la silueta verde de algunos montes cercanos, como si me invitaran a explorar los senderos que bordean la costa y descubrir miradores secretos sobre la ría.
Una de las cosas que más me gustó fue el ambiente tranquilo que se respira a bordo. No se trata de un tour bullicioso con música estridente, sino de un pasaje sereno donde cada quien parece sumirse en sus pensamientos o charlar en voz baja con compañeros de travesía. La ruta traslatio, al fin y al cabo, no deja de ser un recorrido íntimo, donde uno puede reflexionar sobre antiguas leyendas relacionadas con la llegada del apóstol Santiago por mar, o simplemente dejarse maravillar por el paisaje que combina montañas, cielo y agua en una misma estampa. Y si a eso le sumamos que el olor a sal penetra por cada poro de la piel, la experiencia sensorial se convierte en algo realmente especial.
Conforme el trayecto avanza, uno suele hacer escalas en pequeños puertos o fondeaderos que permiten bajar a tierra firme y conocer la gastronomía local, tan ligada al mar y a los frutos que este ofrece generosamente. En mis paradas, probé mariscos fresquísimos, pulpo y algún que otro plato típico de la zona que me dejó el paladar agradecido y una sonrisa de oreja a oreja. Y es que no hay nada como viajar con tiempo y poder saborear el recorrido sin prisas, dejándose llevar por el ambiente marinero y el contraste de la luz cambiante sobre la ría a lo largo del día.
Mucha gente aprovecha para conectar este trayecto con el Camino de Santiago, continuando la ruta a pie o en bicicleta, y prolongando así esa sensación de búsqueda interior que caracteriza a los peregrinos. Hay quienes afirman que sentir el latido del agua antes de pisar la tierra firme les otorga una perspectiva diferente, como si las olas hubiesen arrastrado con ellas las dudas o los miedos que a veces entorpecen el camino. A mí me encanta esa idea, porque sugiere que todo paisaje puede tener un componente sanador si uno se abre a dejar atrás lo que le pesa. Y si hablamos de espiritualidad, no hay que ser una persona religiosa para apreciar la calma que transmite el contacto con la naturaleza y el pasado legendario que rodea esta ruta.
Me gusta pensar que cada uno de nosotros construye su propia narración a bordo, mezclando la euforia de contemplar la inmensidad del océano con la introspección que surge cuando uno se aleja de la rutina y del ruido cotidiano. Recuerdo que mientras me apoyaba en la barandilla, sentía en la cara un soplo de aire cargado de misterio, como si el mar guardase historias de piratas, navíos y peregrinos que hubiesen pasado por allí siglos atrás. Esa conexión con lo ancestral añade un matiz casi mágico a la experiencia, pues uno se descubre formando parte de una historia colectiva que trasciende el presente.
Me alegra saber que esta travesía se ha convertido en un referente para muchos turistas que buscan algo más que una escapada al uso. No se trata de batir marcas de velocidad ni de sentirse como en un crucero lujoso, sino de compartir un trayecto que nos vincula con la tradición jacobea y con la esencia marinera de Galicia, esa que combina el recio carácter de la gente de la costa con la ternura que inspiran los atardeceres reflejados en la superficie cristalina.
El momento de llegar al final del recorrido es agridulce, porque uno se aferra a la cubierta hasta el último segundo, deseando prolongar el susurro de las olas y esa sensación de haber dejado en el agua parte de lo que le sobraba. Quien lo vive con la intensidad que merece, se baja del barco con una sonrisa plácida y cierta nostalgia anticipada por lo que ya empieza a convertirse en un recuerdo.