Viajes

El paraíso que se camina: un día de excursión en las Islas Cíes

Vivir en Vigo te da un privilegio increíble: tener el paraíso a solo cuarenta minutos en barco. Y hoy, un viernes de julio perfecto, es el día. Coger el ferry en la Estación Marítima con la autorización de la Xunta y el billete comprados con semanas de antelación es ya un ritual que anticipa una jornada especial. Ver cómo la ciudad se aleja y la silueta inconfundible de las Cíes se agranda en el horizonte es el verdadero comienzo de la desconexión.

Desembarcar en el muelle de la isla de Monteagudo es entrar en otro mundo. El aire es más puro, el único ruido es el de las gaviotas y el murmullo de las olas, y el color del agua te obliga a detenerte. La primera tentación, claro, es la majestuosa Praia de Rodas, ese arco de arena blanca y fina que une dos islas, con aguas de un turquesa tan intenso que parece irreal. Es, sin duda, una de las playas más bonitas del mundo, pero para mí, la verdadera esencia de las Cíes se descubre cuando le das la espalda a la toalla y te calzas las zapatillas para hacer excursiones Islas Cíes.

Mi objetivo hoy es la excursión más emblemática: la subida al Faro de Cíes. El sendero, perfectamente señalizado, empieza suavemente, atravesando un fragante pinar que ofrece una agradable sombra. Poco a poco, el camino empieza a ganar altura. Cada curva es una excusa para detenerse y admirar cómo la perspectiva de la playa de Rodas y el lago interior va cambiando, volviéndose cada vez más espectacular. El último tramo, un zigzag empinado y sin sombras, es el esfuerzo final que pone a prueba las piernas, pero la recompensa es una de las vistas más sobrecogedoras de toda Galicia.

Llegar arriba, junto al faro, y contemplar la panorámica de 360 grados es una experiencia que te reconcilia con el mundo. Ves la inmensidad del Atlántico, la escarpada costa oeste de las islas batida por el oleaje, el perfil de la isla sur de San Martiño y, a lo lejos, nuestra ría. Es la prueba de que las Cíes son mucho más que una playa caribeña en el Atlántico. Son un santuario natural que pide ser caminado.

El descenso, con esa imagen grabada en la retina, se hace ligero. Un último y valiente baño en las gélidas aguas de Rodas sirve para sellar el día antes de coger el barco de vuelta. Regreso a Vigo con la piel salada, las piernas cansadas y la certeza de que la mejor excursión en las Cíes es la que te lleva más allá de la orilla.