El despertador suena mucho antes que el sol. Otra vez la misma rutina: café rápido, el nudo de la corbata ajustado en el ascensor y la maleta de cabina rodando sobre el asfalto del garaje. Pongo rumbo a Lavacolla. Es un trayecto que podría hacer con los ojos cerrados, una constante en mi vida de reuniones y vuelos tempranos. Antes, este viaje al aeropuerto de Santiago estaba teñido por una pequeña ansiedad: el dónde y cómo dejar el coche. Ahora, se ha convertido en un ritual de eficiencia.
Ya no pierdo tiempo buscando alternativas en los alrededores. Mi destino está claro en el GPS y en mi mente: el parking del propio aeropuerto. Al tomar la salida hacia la terminal, siento cómo una parte del estrés del viaje se disipa. Sigo las señales de «Parking» y la barrera se alza, dándome la bienvenida a un espacio que, para mí, es sinónimo de tranquilidad.
La gran ventaja es la inmediatez. En un viaje de negocios cada minuto cuenta. Aparcar aeropuerto Santiago parking significa que no hay esperas, no hay llamadas a un microbús de cortesía ni traslados incómodos con el equipaje a cuestas. Conduzco por las plantas cubiertas, protegiendo el coche del previsible orballo gallego o del sol, y encuentro un sitio con facilidad. Apago el motor, cojo mi maletín y en menos de tres minutos de reloj, caminando por la pasarela cubierta, estoy frente a los mostradores de facturación. Es un lujo logístico.
Durante mi viaje, ya sea en una reunión en Madrid o en una feria en Frankfurt, no dedico ni un segundo a pensar en el coche. Sé que está seguro, vigilado, en el lugar más lógico posible. Es una de esas pequeñas certezas que te permiten centrar toda tu energía en lo que realmente importa: el trabajo.
Pero es a la vuelta cuando esta elección cobra todo su sentido. Aterrizo en Santiago, a menudo cansado y con ganas de llegar a casa. No tengo que buscar un número, ni esperar en una dársena fría a que un vehículo me recoja. Simplemente salgo de la terminal de llegadas, cruzo la calle, pago en el cajero automático y me dirijo a mi plaza. Encender mi propio coche, poner mi música y empezar el camino a casa casi de inmediato es la transición perfecta entre el modo trabajo y el modo hogar. Es el último paso de un viaje de negocios bien ejecutado, un cierre eficiente para un día productivo.